jueves, 10 de septiembre de 2015

Alberti y el monasterio


Cuando vimos por primera vez una imagen de la fachada de la iglesia de San Sebastián, de Mantua, pensamos que el arquitecto que la diseñó tendría que haber ejercido alguna influencia sobre nuestro monasterio. El autor era Leon Battista Alberti que había dejado escrito a su muerte, en 1485, el muy divulgado tratado de arquitectura De re aedificatoria, que por ser uno de los más acreditados de todo el Renacimiento italiano, a buen seguro que pasó por las manos de Felipe II, gran amante de la arquitectura, cuando éste se estaba planteando el levantamiento de su obra personal, el monasterio de San Lorenzo el Real.




Fachada frontal San Sebastián de Mantua y lateral del monasterio

Alberti actualizó las reglas del romano Vitrubio de acuerdo con los nuevos criterios humanistas del siglo XV florentino y en él se miraron todos los arquitectos renacentistas posteriores, entre los cuales estaba Juan Bautista de Toledo, que trabajaba en Roma a las órdenes de Miguel Ángel y que fue el elegido por el rey para conducir su obra.

Pero este Alberti no se había limitado a establecer unas nuevas pautas formales, sino que transformó los fundamentos de la arquitectura y, por sintetizar, retomamos dos líneas básicas de su pensamiento:
El artista no debe ser un artesano sino un intelectual preparado en todas las disciplinas y en todos los terrenos.

O sea que cambió sustancialmente el papel social jugado por los arquitectos hasta ese momento, que dejaron de ser maestros de obra para convertirse en auténticos artistas cualificados. Así sucedió en El Escorial donde, tanto el mencionado Toledo como su sucesor, Herrera, actuaron de esa forma, siendo directos rectores e intérpretes de las directrices dadas por el promotor.

Todo el negocio de edificar está constituído en lineamientos y fábrica. Será el lineamiento una cierta y constante ordenación, concebida en el entendimiento, hecha con líneas y ángulos, y perfeccionada con ánimo e ingenio docto.

Los lineamientos no eran otra cosa que el diseño y lo que él quería significar era la gran distancia existente entre diseño (planos, dibujos, trazas) y la fábrica (materiales, obra, construcción propiamente dicha). Y lo que Alberti vino a establecer es que lo esencial era el diseño, muy por encima de la pura realización. Y esto es lo que sucedió en el monasterio, donde se dio una producción tal de trazas, monteas y planos que no había tenido precedentes en las soberbias catedrales góticas anteriores. Todo se diseñaba en papel en la oficina especialmente dedicada a ello, localizada en el Alcázar madrileño y, desafortunadamente, en el incendió de este palacio, desaparecieron la gran mayoría de ellos
Y estas dos facetas constituyen, a nuestro juicio, una buena explicación del porqué, el levantamiento del monasterio filipino vino a revolucionar los fundamentos de la arquitectura española del siglo XVI, dando el golpe de gracia a lo que había sido un lento proceso de cambio y un forcejeo prolongado entre el gótico "moderno" y el clasicismo "antiguo".


Bibliografía: Bustamante García, A. La Octava maravilla del mundo. Alpuerto, Madrid, 1994




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