Cuando vimos por
primera vez una imagen de la fachada de la iglesia de San Sebastián, de Mantua,
pensamos que el arquitecto que la diseñó tendría que haber ejercido alguna
influencia sobre nuestro monasterio. El autor era Leon Battista Alberti que
había dejado escrito a su muerte, en 1485, el muy divulgado tratado de
arquitectura De re aedificatoria, que por ser uno de los más acreditados
de todo el Renacimiento italiano, a buen seguro que pasó por las manos de
Felipe II, gran amante de la arquitectura, cuando éste se estaba planteando el
levantamiento de su obra personal, el monasterio de San Lorenzo el Real.
Fachada frontal San Sebastián de Mantua y lateral del monasterio
Alberti actualizó las reglas del romano Vitrubio de acuerdo con los nuevos criterios humanistas del siglo XV florentino y en él se miraron todos los arquitectos renacentistas posteriores, entre los cuales estaba Juan Bautista de Toledo, que trabajaba en Roma a las órdenes de Miguel Ángel y que fue el elegido por el rey para conducir su obra.
Pero este Alberti no se había limitado a establecer unas nuevas pautas formales, sino que transformó los fundamentos de la arquitectura y, por sintetizar, retomamos dos líneas básicas de su pensamiento:
O sea que cambió
sustancialmente el papel social jugado por los arquitectos hasta ese momento,
que dejaron de ser maestros de obra para convertirse en auténticos artistas
cualificados. Así sucedió en El Escorial donde, tanto el mencionado Toledo como
su sucesor, Herrera, actuaron de esa forma, siendo directos rectores e
intérpretes de las directrices dadas por el promotor.
Todo el negocio
de edificar está constituído en lineamientos y fábrica. Será el lineamiento una
cierta y constante ordenación, concebida en el entendimiento, hecha con líneas
y ángulos, y perfeccionada con ánimo e ingenio docto.
Los lineamientos
no eran otra cosa que el diseño y lo que él quería significar era la gran
distancia existente entre diseño (planos, dibujos, trazas) y la fábrica (materiales,
obra, construcción propiamente dicha). Y lo que Alberti vino a establecer es
que lo esencial era el diseño, muy por encima de la pura realización. Y esto es
lo que sucedió en el monasterio, donde se dio una producción tal de trazas, monteas y
planos que no había tenido precedentes en las soberbias catedrales góticas anteriores.
Todo se diseñaba en papel en la oficina especialmente dedicada a ello,
localizada en el Alcázar madrileño y, desafortunadamente, en el incendió de
este palacio, desaparecieron la gran mayoría de ellos
Y estas dos
facetas constituyen, a nuestro juicio, una buena explicación del porqué, el
levantamiento del monasterio filipino vino a revolucionar los fundamentos de la
arquitectura española del siglo XVI, dando el golpe de gracia a lo que había
sido un lento proceso de cambio y un forcejeo prolongado entre el gótico
"moderno" y el clasicismo "antiguo".
Bibliografía: Bustamante García, A. La Octava maravilla del mundo. Alpuerto, Madrid, 1994
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