domingo, 5 de marzo de 2017

Los almendros del P. Claret


Pocos conocen, menos recuerdan y casi nadie agradece el paso beneficioso del P. Antonio María Claret  por el monasterio entre los años 1859 y 1868. 
Tras la desastrosa amortización y la injusta expulsión de la comunidad jerónima, el monasterio se encontraba en un lastimoso estado de conservación; el abandono y el pillaje habían hecho mella y se hacía necesario que alguien tomara las riendas de una urgente restauración, tanto material como espiritual. Y ese alguien fue el P. Claret (1807-1870).
En aquellos momentos difíciles para la supervivencia del edificio, fue nombrado Presidente de una Corporación de Capellanes por la reina Isabel II, con el objetivo de restaurar al menos parte de la pasada grandeza histórica del monasterio, que llevaba ya abandonado  20 años. 
Conjuntamente con sus colaboradores afrontó con ánimo la compra de nuevos ornamentos y mobiliario, la restauración de los órganos, la apertura de gabinetes de estudio, el traslado de manuscritos a lugar más seguro contra los incendios y la mayor rentabilidad de la huerta monacal. Y dentro de este último apartado, hizo que se plantaran unas filas de almendros junto al paseo de África y por toda la huerta.
Como de costumbre, las envidias y la ingratitud le obligaron a renunciar al puesto. Hoy quedan como recuerdo suyo en el monasterio la habitación que ocupó durante sus estancias escurialenses y los almendros que plantó en la huerta, que con su alba floración quizás nos quieran recordar el casi olvidado paso por aquí de tal benefactor.
            

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