Sabemos que el
monasterio escurialense fue erigido para conmemorar el triunfo de las tropas
españolas al mando de Manuel Filiberto de Saboya sobre los franceses en la
plaza de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, coincidente con la festividad del diácono San
Lorenzo. Se ha llegado
incluso a especular con la suposición de que, en el transcurso de
aquella operación militar, habría sido inevitablemente destruido un monasterio
bajo la advocación de este mártir, lo cual obligaba moralmente a una cierta
compensación, tal y como podía ser el levantamiento de un nuevo cenobio como
acto de desagravio. Sin embargo, la existencia de tal monasterio no parece probable
y el mejor argumento en contra nos lo proporcionan las dos únicas
representaciones que de aquel hecho de armas existen dentro del propio
monasterio.
En la primera, en
la llamada sala de las Batallas, en la que se representan escenas muy
detalladas de San Quintín, y en la que en ningún momento aparecen señales de
monasterios ni nada que se pueda relacionar con esta suposición.
El segundo lugar
es en los frescos pintados por Lucas Jordań en la Escalera Principal, casi 100
años después, y tampoco aquí se vislumbra rastro alguno del supuesto
monasterio.
Arriba, en la sala de Batallas. Abajo, en la Escalera Priincipal
Este error sobre
un aspecto tan fundamental como eran las motivaciones del monumento parece que
tuvo su origen en un buen fraile y mejor maestro de obras. Nos referimos a fray
Antonio de Villacastín, tenaz trabajador en la construcción desde el principio
hasta el final de la misma, dedicado y fiel a su cometido y comprometido con el
Rey, con los arquitectos y con todos sus
superiores. Sin embargo, este
hombre, que era más de acción que de letras, escribió en su última etapa, casi
cuando estaba ya ciego, unas Memorias recogidas por el historiador P.
Zarco, en las que sostenía lo siguiente:
La ocasión y
primer motivo que tuvo el rey don Felipe II hacer este monasterio, fue que
estando en San Quintín, por la parte que se había de batir la muralla, estaba
un monasterio de frailes de San Lorenzo, y mandó salir a los frailes, y sacar
el Sacramento y toda la ropa, y acabado esto, fue batido el muro y monasterio;
y por haberlo destruido este dicho monasterio, prometió hacer otro en España.
Y esta fue la
fuente del error que ha estado en el candelero de muchos historiadores en estos
cuatro siglos.
Claro que, por su
buen hacer como maestro de la obra, se le puede perdonar a fray Antonio este
lapsus histórico.
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