lunes, 4 de julio de 2016

Luminarias en el Monasterio


Ahora que leemos en la prensa reseñas sobre los festejos del segoviano pueblo de Pedraza, iluminado con miles de velas en sus casas, calles y plazas, nos viene a la memoria aquella ocasión en la que el Monasterio escurialense fue profusamente alumbrado con motivo de la consagración de la iglesia que tuvo lugar el 30 de agosto de 1595. Por tanto, este próximo 30 de agosto se cumplirán exactamente 421 años de aquel suceso.
Por aquellas fechas, Felipe II tenía ya sesenta y ocho años y se encontraba aquejado por la gota y fatigado por los cuarenta intensos años de reinado. Pero, no obstante, se mostró en esta ocasión animoso e ilusionado al escuchar la propuesta de festejar por todo lo alto la culminación religiosa de la obra de su vida. Se celebraría un prolongado ceremonial litúrgico pero, en la noche anterior, la fiesta se completaría con una sorprendente iluminación externa del edificio a base de lámparas de aceite. Leamos al P. Sigüenza que nos relata el acontecimiento:

Mandó el Rey que se pusiesen por todo el templo y por la casa luminarias, y que la noche que espera tan solemne día no fuese oscura. Hiciéronse muchas. No conciertan los oficiales en el número, unos dicen seis; otros cinco mil, otros más; otros menos. Estas eran unas lámparas de barro  llenas de aceite rodeadas con papel aceitado para defenderlas del aire; tenían unas mechas o torcidas que, aunque de estopa, las hilaron las damas de la Infanta, y aun ella creo no se desdeñó en hacer alguna por entrar en parte de la fiesta.
Al punto que cerró la noche se encendieron todas con harta presteza y se vio una de las más alegres vistas que se pueda imaginar. Como el ventanaje de la casa es tanto y en tan bien guardada proporción y en todas ellas estaban tantas luces, veíanse a los ojos una compostura de gloria…
Viéronse las luminarias desde Toledo y desde Ocaña y otros lugares, porque los que tenían noticia de la fiesta estuvieron sobre aviso y pudieron mostrarlo a otros.          
Salió el Rey de su aposento; lleváronsele en una silla, porque la gota le tenía impedido; subió al claustro alto del convento para gozar de la vista y del fruto de su santa invención.
El Príncipe nuestro señor quiso mirarlo desde cerca y desde lejos: Bajó a caballo hasta el pueblo y subió a la sierra hasta el arca del agua acompañado de sus caballeros, y se alegró mucho con las vistas.  


                                                   
No es fácil imaginar el espectáculo de la silueta del monasterio destacando en la negrura de la veraniega noche guadarrameña. Considerando las fechas –últimos días de agosto- es previsible que multitud de estrellas fugaces cruzasen el cielo queriendo sumarse a tan fastuosa fiesta.
Claro es que no todo fue espiritualidad en aquella conmemoración, pues también añade el P. Sigüenza que hubo que dar gracias a Dios “porque se pusieron estas luces en lugares tan altos y peligrosos que subieron a ellos de noche muchos peones de la fábrica y otra gente torpe tan proveídos de vino como de lámparas porque en noche tan alegre no se mezclase punto de tristeza”.
La dilatada ceremonia religiosa del día siguiente acabó a las cuatro de la tarde. Hasta la última hora el Rey estuvo presente, olvidándose de su flaqueza de fuerzas y de su enfermedad. Faltaban tan sólo tres años para su fallecimiento.

Bibliografía:

Claves para comprender el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Ed. Universidad de Salamanca, Manuel Rincón Álvarez

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